La pequeña Francheli no logró desarrollar su cuerpo, hoy pesa 10 kilos y tiene la estatura de un niña de dos años, sin fuerza, mal alimentada, afligida, ella y su familia dejaron todo con la esperanza de llegar a Estados Unidos para encontrar una cura.

“Dejé Venezuela ya mis hijas no podían, tengo tres niñas, no hay trabajo, no hay comida, no hay nada, entonces decidimos buscar nuevos horizontes”.
Para Renya llegar a la frontera norte de México es cuestión de vida o muerte, cada día que pasa, es un día que se pierde para encontrar el tratamiento para su hija, quien pasa las horas jugando en la tierra con las otras niñas que forman parte de la caravana migrante en Juchitán.

“Voy a caminar de nuevo, voy a morir en el intento, no quiero ni voy a quedarme con los brazos cruzados esperando que mi hija se muera, yo quiero que, si nosotros nos morimos, al menos digan, nos morimos intentando, no con los brazos cruzados”.
Sin dinero, con la comida limitada y con la angustia de no poder hacer nada por su hija mientras no avance, Renya no pierde la fe en que podrá llegar a los Estados Unidos.

“Tengo miedo de que mi hija pierda la vida antes que llegue a Estados Unidos, porque ella está débil, ya no puede caminar”.