La ilusión que suponía la construcción del Tren Maya -por los beneficios sociales que traería- se convirtió en una pesadilla para decenas de ejidatarios en Quintana Roo, quienes denuncian que fueron despojados de sus tierras por una empresa que incluso ya vende un desarrollo inmobiliario en la zona.

Sin saberlo, el infierno para cientos de indígenas mayas comenzó hace meses, cuando unas personas, uniformadas con chalecos y cascos, tal cual portan los trabajadores del Tren Maya, empezaron a hacer mediciones en sus tierras ubicadas en el municipio de Solidaridad, en medio de la selva misma.

Al principio no se les hizo extraño porque la construcción de una de las obras emblema del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y su autodenominada Cuarta Transformación ya llevaba varios meses, y el ir y venir de los trabajadores y sus vehículos a través de sus tierras era de todos los días.

En ese momento tampoco sospecharon porque estas personas, quienes tiempo después sabrían que son parte del grupo que los despojaron, les dijeron que venían “de parte” del Tren Maya, y es que sus ejidos se ubican si acaso a un par de kilómetros de las obras donde ya se ve avanzada la edificación de un gran puente.

La peor lo ha padecido el señor Roberto Chan Puc, quien desde hace 18 años vive junto con su esposa en este predio que los ejidatarios decidieron llamar El Pocito, ubicado cerca del exclusivo fraccionamiento Puerto Aventuras y de la zona de playas Xpuhá, dos puntos turísticos de alta plusvalía.

“Los invasores llegaron de noche”, relata con un español pausado el indígena maya, quien recuerda a detalle lo que ocurrió hace unos meses como si fuera ayer.
“Eran como ocho, traían machetes, querían pelear, pero yo no soy de pleito. Al final me sacaron de mi casa”, narra Chan Puc, quien vive de la siembra de guanábana, camote, yuca, y chile en este ejido de aproximadamente 42 hectáreas de extensión total.Antes de ese fatídico 18 de enero, el señor Roberto y su esposa ya preveían eso y por el miedo a que pasara lo que al final ocurrió su esposa prefirió irse de su casa hecha de tabique y techo de palma.
“Uno se siente mal porque antes vivía feliz mi vida y hago esto por mis hijos, no por mí, yo ya estoy viejo”, exclama con pesar el indígena maya, mientras señala su casa que ahora está resguardada por unas cinco personas vestidas con colores militares, armados visiblemente con machetes y que se comunican con radios.